Íntima

Cuando ya pasa tantas veces, pierdo la cuenta.

Trato de encontrarme al inicio entusiasmada, a veces me lo pido, otras, como esta última, sale solo y es inevitable.

El resultado suele ser el mismo.

La incomodidad bloquea y lleva a la incomunicación, la incomunicación a la decepción

Eso a un dolor, nuevo. Un dolor que creía ya conocido pero con sangre fresca.

El viento golpea suave y duele.

Pero no lo digo porque en todo caso es culpa del viento o de mi pésimo sentido de la ubicación.

Me muevo a un lugar con menos viento, tampoco quiero tierra que me infecte ni agua que me arda.

Elijo la montaña.

Por la altura y para sentir que estoy mas cerca del cielo, del espacio y con suerte podria ser abducida a un lugar sin normas o con otras normas donde el querer no sea un fuego que consuma.

Sino que encienda y haga maravillas.

Donde el querer no arda en el pecho ni en cada órgano.

O si, pero un ratito.

En el instante parido final.

En el extrañar

En el mirar insistente para ver si logro pulverizarme los ojos, como ella dijo una vez en esa frase perfecta.

Me quiero lamer. Hago movimientos que por suerte ya vi en animales y mi anatomia aun me permite, tengo sabor a néctar, me agrada y sigo lamiendo para aliviar un poco.

la cicatriz quiero que me quede y sea visible.

Las cicatrices son las heridas de todas mis peleas, son los recuerdos de todos mis miedos.

Lo que se pulveriza, es el corazón.