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Juana

  • Foto del escritor: Todo Rojo
    Todo Rojo
  • 23 abr 2018
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 27 abr 2019


Rugir y dejar salir es lo adecuado a veces. Sino, uno puede terminar como Juana.

Ahorcada en el fondo de su casa. Con los perros tratando de comerle los pies que ya estaban fétidos de tanta soledad.

Juana debería haber llorado menos y vivido más, metafórica y literalmente lo digo.

No pensar tanto, y por lo menos llegar a los cuarenta.

Pero la angustia había comido sus deseos. Como un parásito instalando entre sus vísceras.

Juana y su familia llena de falencias. Juana y sus incansables fracasos amorosos con hombres inmaduros. Juana y la profesión que saciaría toda su curiosidad pero no había sido inventada. Juana y el viaje que cambiaría su destino.

Juana y ese trabajo a tiempo completo que tan poco le retribuía.

Juana y su eterna desgracia.

Y Juana como si fuera el centro de todos los mundos, no podía concebir el sueño ni de noche ni de día.

Dejó de comer y sus latidos se fueron atenuando. Su silueta fue adquiriendo forma de lápiz

A las siete la tarde de un domingo, sus impulsos la llevaron a marcar el número de teléfono de su amor, el más latente de todos, el más imposible.

- me tomé el atrevimiento de llamarlo. Disculpe

- no hay problema. Cómo anda?

- Aquí. Lo mismo de siempre. Usted?

- A punto de cenar. Recién llegó la pizza que encargué

- Siempre tan hacendoso

- No empiece a agredirme por favor, como si usted lo fuera. ¿Que manjar prepararon sus manos entonces? ¿ya cenó?

- No, hace días que no ceno ni almuerzo. Prácticamente la última comida que ingerí, fue en ese bar. Estábamos juntos

- Recuerdo, fue hace bastante.

- Se podría decir que estoy en huelga. Huelga de hambre. De vez en cuando como alguna rodaja de ananá

- ¿a que se debe semejante decisión?

- Como usted no quiere estar conmigo, decidí dejar de nutrirme.

- Es dañino, Juana, le ruego que vuelva a comer.

- No conoce la finalidad de las huelgas por lo visto. Hubiera jurado lo contrario

- ¿Me está queriendo decir que si yo me decido a estar a su lado, usted vuelve a comer y deja de poner en riesgo su existencia?

- Sabe que no es mi intención presionarlo. Además me gusta el ananá. Podría seguir así hasta el fin de mi vida.

- El fin de su vida será pronto si no se alimenta correctamente. ¿ qué tiene que hacer mañana? Podríamos juntarnos a almorzar, hablar..tengo ganas de verla

- Preferiría no hacerlo. Estoy demasiado delgada. Me da vergüenza que me vea así.

Otra oportunidad derrochada.

Fue la última vez que escuchó su voz.

Después, si, lo hizo, pero en estado de vigilia, como en un juego de su subconsciente.

Otro domingo a las siete de la tarde, después de horas en la cama, quiso levantarse para tomar un café, tenía las esperanzas de que la cafeína comiera algunas de sus cualidades vitales, para ir acortando el martirio.

En el intento de ir a la cocina notó que sus huesos crujían. Eso no la asustó pero sonó el timbre. Eso si la hizo estremecer. Rogaba que fuera algún vendedor. En su torpeza por acudir al llamado, tuvo la desgracia de chocar con un baúl.

En el hospital prácticamente tuvieron que reconstruirla.

Su hermana mostró la buena voluntad de mudarse temporalmente con ella para cuidarla, pero se sintieron agobiadas las dos y la convivencia fracasó.

Otro fracaso.

Ay, Juana, Juana, le decían.

Ella no decía nada. Solo esperaba la muerte, pacientemente, como si fuera un procedimiento paulatino autoinducido.

Hacía meses que había dejado de sufrir, el sufrir había mutado a displacer, a angustia.

La angustia como un monstruo violáceo con filosos e infinitos dientes que no dejaban nada a su paso.

Pero sus huesos soldaron.

Lógicamente como en cualquier mal trabajo no tuvieron contemplación a tantos días de reposo. Era hora de buscar un nuevo empleo.

Días enteros dedicados afanosamente a recorrer cuanto taller, negocio o empresa recordara ofreciendo sus servicios pero nunca podían pautar horarios de trabajo con ella:

-“los perros deben comer al menos cuatro veces al día”,

-“el ser humano debe dormir ocho horas para mantenerse sano”,

-“no puedo trabajar de noche, padezco de angustia que como ustedes sabrán, habitualmente aparece con la luna y necesita cierta dedicación, no podría concentrarme si tengo que atender llamados telefónicos que nada tienen que ver conmigo”

Así, Juana. No debería haber dado tantas excusas.

Un día se quedó sin ellas y contra su orgullo debió recurrir a su familia otra vez.

“depresión” “debe ser depresión” “la falta de ganas a veces tiene su justificativo médico”.

Un psiquiatra la vio y prefirió no verla más.

Eso dijo ella, para ocultar que, en realidad, era su propia voluntad no volver a ese consultorio.

La última vez que entró a su casa, supo que era la última vez.

Tan triste podría haber estado, de habérselo permitido. Podría haber llamado a sus amigas y descargar sus sentimientos pesarosos. O llamarlo a él, que tanto le había hecho sentir y aceptar la invitación al almuerzo.

Pero no.

Prefirió atar la corbata de su abuelo muerto a las vigas del techo de chapa.

Arrimar una silla y rodearse el cuello, fatalmente. Solo quedaba empujar con el pie..y..

Rugir y dejar salir es lo adecuado a veces. Sino, uno puede terminar como Juana.

Ahorcada en el fondo de su casa. Con los perros tratando de comerle los pies que ya estaban fétidos de tanta soledad.


 
 
 

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